"Me gustaría empezar con una historia. Cuando tenía unos 4 años, mis padres me llevaron a unas clases para aprender a nadar. Yo estaba muy contenta porque sabía que nadar solitos lo hacían los niños mayores y entonces, al hacerlo, yo también sería mayor. Tenían un sistema muy progresivo: el primer día te ponían un montón de rosquitos de corcho en los brazos y con el paso de los días, te los iban quitando hasta que ya no quedaba ninguno. Lo cierto, es que por ejemplo, cuando ya te quedaban dos o uno en cada brazo, apenas te hacían flotar, eras tú la que hacías prácticamente todo el trabajo. Eso, de algún modo lo sabías, pero el simple hecho de llevarlos, te hacía sentirte más segura, más protegida.
Y entonces llegó el día en que ya me tocaba nadar sin ninguno.¿Y qué fue lo que me pasó según entré en el agua? Pues que notaba que me hundía, me costaba más nadar que el día anterior, a pesar de que ya sabía nadar. Me daba miedo hacerlo yo sola, en ese momento me tocaba recordar lo que había aprendido, confiar en ello y no tener miedo.
Y desde entonces, no dejé de nadar."
Estaba pensando en una forma de expresar cómo me siento ahora mismo y de repente, recordé esta historia. Me pareció una bonita metáfora de lo que ha supuesto el tratamiento para mí: un aprendizaje progresivo para conseguir mantenerme a flote el mayor tiempo posible, y sobre todo, mi paso de eterna niña a relativamente adulta.
Hoy me siento como aquel día en que nadé sin mis "rosquitos".
Porque pasada la euforia y las celebraciones por mi victoria contra la enfermedad, empecé a tener miedo. Me dí cuenta de que aquello no era un punto y final como me había imaginado, que no me sentía "vacunada" contra mis inseguridades ni mis comidas de tarro. De repente, no me sentía como vencedora absoluta de mis demonios personales, si no más bien como si ahora supiera cómo debía vencerles, pero que la batalla no había, ni mucho menos, finalizado.
Reconozco, que con esos pensamientos en la cabeza, pasé unos días malos. Me sentía decepcionada.
Luego tuve un par de esas conversaciones tan necesarias en las que la persona que tienes enfrente te devuelve a la realidad:
"Vale, eso es ser humana, Bienvenida! Sólo vas a tener un punto y final en la muerte, el resto del tiempo, la cagaras, lucharás y aprenderás de todo ello." Y es totalmente cierto.
Entonces, fue cuando recordé que aquel día en la piscina al final seguí nadando y el miedo desapareció casi por completo.Entonces, ahora me tocaba seguir adelante,como aquel día,y sobre todo, confiar en todo lo que había aprendido en estos años.
Y por otro lado, comprendí que nunca me tocaría "nadar sola" del todo, porque tenía mucha gente siguiendome con mirada atenta y que no dudaría ni un segundo en tirarse a la piscina si hacía falta.