miércoles, 19 de octubre de 2011

Perder la cabeza

Enferma. Loca. Sola.

Creo que nunca he sentido una soledad similar a la que sentía en "mis momentos de esplendor", como me gusta llamarlos con el humor negro que me caracteriza. 
Dicen que las personas uno de los peores miedos que tenemos es el miedo a la locura, a perder la cabeza. Supongo que es porque, piensas que si la pierdes, una parte de tí se perderá para siempre también. No sé si ha sido mi naturaleza o por las cosas que he vivido, pero siempre he tenido mucho miedo a volverme loca, a no ser yo nunca más. A no poder contar ni siquiera conmigo misma.
Me lo imaginaba como una especie de muerte, peor que la muerte, pues yo seguiría ahí pero sin ser yo, como un zombie. 
 

Además, la propia etiqueta que te pones ya te aleja de los otros, te colocas a otro nivel. De repente eres especial,demasiado especial y te sientes terriblemente solo, porque sientes que no hay nadie más que sea como tu, que eres un bicho raro. Te aislas diciéndote que eres demasiado complicada y dañina para los otros, cuando la realidad es que te da demasiado miedo que te rechacen, que te señalen con el dedo.
Sobre todo, en cuanto a mi trastorno hay mucha desinformación y aunque no sea malintencionada, puede hacer mucho daño: por ejemplo, algunas personas han dudado de si realmente mi problema tenía solución (uno de los mitos más extendidos es el de que los trastornos de la conducta alimentaria son crónicos siempre,cosa que no es cierta) o han tachado mi trastorno de ser una tontería "de adolescente".
El miedo a esas reacciones, que son las que menos se producen, al menos en mi caso, te hace cerrarte aún más y justificarte que realmente estás sola. Sola y cuesta abajo.
Pero desde el fondo de mi exilio voluntario, de esa oscuridad de la que ya os he hablado, deseaba que alguien oyera mi grito silencioso, que alguien quisiera descifrar el rompecabezas que en ese momento era mi cabeza.  Y algunos se acercaron e intentaron ver la forma de hacerme comprender que no estaba tan sola como creía, que querían ayudarme.
Con ese apoyo, empecé a intentar salir adelante, pero miraba a mi alrededor y sentía que yo era la única que perdía el control sobre mi cabeza, mis emociones y mi vida. Y de nuevo me sentía sola, una ciudadana de segunda. 
Sin darme cuenta, llegó un punto en que yo era mi peor problema.
Mi imagen despectiva sobre mí misma como una loca, diferente al resto, me estaba haciendo muchísimo más daño y me impedía avanzar, porque no confiaba en que lo lograría. Cada vez era la misma historia: hacía progresos, pero en cuanto fallaba en algo, perdía el control. Algo me decía "Ves?eres una loca. Nunca vas a dejar de serlo" y eso me hacía hundirme de nuevo, querer escapar del mundo, alejarme de todo.
En este tema, hubo dos eventos que propiciaron un cambio en mi forma de pensar:
El primero, conocer a mi grupo de terapia, un grupo de personas muy parecidas a mí, con mi mismo problema. Recuerdo que cuando salí de mi primera sesión, pensé " Pues no soy tan especial como creía".
Y el segundo, algo anecdótico, este mismo año. Fue en el momento en que la persona "más cuerda" que conozco se derrumbó y fue en busca de mi ayuda. De repente, aquella persona a quien yo idolatraba a nivel de estabilidad mental y que siempre me apoyaba era la que necesitaba de mí. Ahí me dí cuenta definitivamente de que realmente, todos tenemos problemas y enfrentarse a ellos es duro siempre.  Seas quien seas.
De tal forma que yo no era ni mejor ni peor al resto, simplemente era yo, con mis fortalezas y mis debilidades. Ahora sé que soy una persona sensible, con cierta tendencia a la melancolía, pero también que soy muy fuerte. Y sobre todo, que aunque haya momentos en que todo parezca oscuro y sin sentido, hasta la fecha siempre he conseguido salir de ellos.