jueves, 6 de enero de 2011

pongamos que hablo de comida

Al hablar de este problema, la primera definición que suele venir a la cabeza es "es que se ven gordos y por eso no comen, pero en realidad no lo están". Esto no es para nada así, pero no debemos culpar a la gente pues el propio nombre "trastornos alimentarios" incita a pensar esto. Ojalá fuera así de simple, ya que dicho de esta forma parece más un problema de visión que un problema mental. De hecho,mis compañeros de grupo y yo solemos bromear sobre esto "tío, yo creo que con que me operen las córneas,se me pasa" (un poco de humor negro nunca está de más).

Lo cierto es que en un primer momento de la enfermedad y de su tratamiento la comida y la imagen tienen mucho peso y tambien son los síntomas más característicos y llamativos. Pero no son ni mucho menos el eje central del problema, más bien son la cubierta que se le pone a todo eso que no puedes o no quieres afrontar, cosas que están tan ocultas o llevan tanto tiempo contigo que ni te planteas el daño que te hacen.
Todo parte de una baja autoestima, un sentimiento de que no puedes con todo lo que esta vida conlleva. Sientes que tu felicidad no depende de tí, de hecho,creo que el recuerdo más fuerte de esa época es el de sentirme muy deprimida. Pero no como cuando tienes un día malo o una racha mala, era mi estado natural, yo en mí misma era gris. Entonces,en este estado de desesperación, de descontrol de tu vida, te agarras a un clavo ardiente. Y ese clavo, en mi caso y en el de otra gente fue obsesionarme con un físico imposible y con la comida.
Siempre he creído que mi trastorno es como una drogadicción, porque realmente "te enganchas" con  facilidad a ello y con la "ventaja" de que nadie te mira raro si compras un montón de bollos en una tienda, si inicias un estricto régimen o si vas al gimnasio todos los días. Son comportamientos que de por sí no están mal, ni son un tabú, pero que pueden convertirse en otra cosa.
Te enganchas con facilidad porque sientes que por fín tomas el control, al menos de una parte de tu vida, aunque este control es algo ficticio, ya que sigues colocando tu posible felicidad en algo ajeno a tí, solo que en este caso es una meta ( un peso determinado, una talla determinada,etc). A esto se le suman dos cosas:
-  Los atracones, vómitos y la restricción de alimentos tienen efectos bastante ansiolíticos. En el caso de los primeros porque al comer estimulamos centros del placer, y los segundos porque suponen tanto esfuerzo o tu organismo está tan débil que "ahorra energía" lo que produce una sensación de relajación. Claramente se trata de una relajación efímera, un pequeño momento de paz detro de la tormenta, después vuelves a caer, si no al sitio de donde viniste, aun más profundo.
- Por otro lado,  para nuestra sociedad la pérdida de peso es algo considerado como una pequeña victoria. Al conseguirlo, tienes una sensación de éxito que no podrás conseguir tan sencillamente en otros campos de tu vida. Por eso, la pérdida de peso al final no entiende de "metas", sino que se convierte en un tema de superación personal, algo adictivo.


Seguramente, leyendo esto se podría pensar que es posible ser feliz así, aunque sea persiguiendo modelos inalcanzables. Pero lo cierto es que como bien dije antes, los momentos de "felicidad" que proporciona esta enfermedad son muy cortos.
Y van seguidos de una sensación de culpabilidad que te taladra. Yo siempre tiré más hacia la bulimia (aunque insisto en que no me gusta hacer distinciones) y recuerdo que tras darme atracones siempre me sentía aún peor que antes, porque no podía controlarlo, porque me daba asco, porque me sentía un bicho raro. Porque una vez más la enfermedad me había ganado el pulso, había sacrificado mi posible felicidad futura por un vacío momento de paz.
Y lo peor de todo, es que sabía que la próxima vez que tuviera ganas, volvería a ceder. Porque es un deseo inhumano, como el mono y en el fondo no quieres luchar contra ello, porque no conoces otra forma de enfrentarte a tu vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario