miércoles, 19 de enero de 2011

Empieza el camino...

"WHEN I WAS YOUNGER, SO MUCH YOUNGER THAN TODAY
I NEVER NEEDED ANYBODYS HELP IN ANY WAY
AND NOW THESE DAYS ARE GONE, IM NOT SO SELF ASSURED
NOW I FIND IVE CHANGED MY MIND
IVE OPENED UP THE DOORS

HELP ME IF YOU CAN, IM FEELING DOWN
AND I DO APPRECIATE YOU BEING ROUND
HELP ME GET MY FEET BACK ON THE GROUND
WONT YOU PLEASE PLEASE HELP ME?" (The Beatles "HELP!")
 
A parte de ser una gran fan de los Beatles, esta canción me ha parecido estupenda para  comenzar esta entrada. Me gustaría hacer un paréntesis para hablar de algo un poco más esperanzador que tanto síntoma: el inicio de una terapia.
Afortunadamente, esta enfermedad tiene cura, aunque desde luego no es un camino de rosas. Creo que luchar contra esto ha sido lo más difícil que he tenido que hacer en mi vida, aunque tambien sé que por eso mismo el día en que me den el alta definitiva seré mucho más feliz que en mi graduación. 
El inicio sobre todo es muy dificil para muchos ya que no reconocen tener una enfermedad real, piensan que ese es su carácter o que es algo que "pueden controlar". Lo más común es que vayan arrastrados por sus padres a un centro o que sean sus propios amigos los que "se chiven" a los padres porque ven que necesitan ayuda (Menos mal que hay amigos dispuestos a soportar tus reproches con tal de que tú estés bien...) 
 
Lo cierto es que este no fue mi caso. Yo fui la que pedí ayuda, en el fondo intuía que algo pasaba conmigo. Pero la verdad es que no sabía lo que me esperaba, no tenía ni idea de hasta qué punto las cosas no iban bien y la de aspectos de mi vida que la enfermedad se estaba llevando por delante: mi familia, mis relaciones con los demás, los estudios... 
Recuerdo perfectamente mi primera cita en el centro, llegar a una consulta y empezar a contarle con todo detalle a una perfecta extraña cosas que ni siquiera me había dicho a mí misma en voz alta. Todas aquellas cosas que prefería obviar porque era más fácil eso que intentar arreglarlas, esas otras que me daba hasta vergüenza admitir como ,por ejemplo, las autolesiones, ya que las consideraba algo demasiado oscuro y fuera de lo normal cuando, ojalá fueran más extrañas (la de gente que a raíz de mi problema me ha confesado que alguna vez se ha autolesionado...). 
Y ante todo hacerme una promesa a mí misma y a esa mujer, que lucharía contra mis impulsos.
 
Así que empecé el tratamiento y mi vida se llenó de estrictas pautas: no puedes elegir nada de lo que comes, no puedes ir sola al baño, no puedes pesarte, no puedes llevar dinero encima... Entre otras muchas que conformaban una lista que casi me provoca un paro cardíaco al conocer. Entonces comenzó la batalla en mi cabeza, entre la parte que llevaba tanto tiempo funcionando mal que no conocía otra forma y se negaba a cambiar, y a la que me gustaba llamar "mi parte cuerda" que sabía que tenía que esforzarse para salir de ese agujero. 
 Lo que más recuerdo de aquellos primeros meses de terapia era que mi cuerpo se volvía loco, las digestiones eran todo un desafío y sobre todo tenía hambre todo el tiempo. Realmente pensaba que me querían matar de inanición (tienes que comer cada 3 horas y algo elegido por otra persona), hasta que me explicaron que eso que sentía no era hambre, sino ansiedad. 
Mi cuerpo tenía tan asociada la comida a mis emociones que creo que todo lo arreglaba así, de ahí el hambre constante. 
Tenía que empezar a ignorar los mensajes que mi cuerpo me mandaba, o mas bien, a aprender a interpretarlos de otra forma.
 
La falta de control me ponía frenética y me hacía sentir vulnerable, ya que cuando utilizas la comida como vía de escape, nunca te enfrentas sola al 100% a las cosas, siempre tienes una salida de emergencia para calmar tu ansiedad o simplemente para escabullirte. Con lo cual, que te cierren a la fuerza esa puerta es traumático y cuesta acostumbrarse a encarar la vida sin "salida de emergencia". 
Claro que al principio no siempre conseguía reprimir mis impulsos, de hecho también me avisaron de que tendría recaídas y que esto era una parte normal del proceso. Creo que esa es una de las grandes enseñanzas que le debo a mi terapia: Es normal tropezarte lo importante es cómo te levantas, eso es lo que realmente habla de cómo eres.
Otra gran enseñanza es la que todos necesitamos ayuda en algún momento y que no es más fuerte el que nunca la pide ni muestra sus debilidades, sino el que reconoce cuando algo le sobrepasa y necesita que le echen una mano para resolverlo o simplemente desahogarse. Con el tratamiento tienes que aprender a pedir ayuda a marchas forzadas, ya que al tener tantas restricciones, necesitas mucho más a los demás. Y a pesar de que al principio te parece un triunfo, lo cierto es que te das cuenta de que a la gente le encanta sentirse útil y que puede ayudarte. Y desde luego, es gracias a ellos por los que saldrás adelante.
En resumen, empecé llena de dudas, sin saber cómo acabaría la historia y desde luego sin poder imaginarme la de cosas que he logrado. Citando a mi psicóloga: "Esto va a ser una carrera de fondo, querrás desistir, tendrás recaídas...Va a ser muy duro" Y lo fue, pero desde luego, mereció la pena.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario